viernes, 22 de septiembre de 2017

Disparos de tiempo...

Todos tuvimos en su día nuestro disparo de tiempo. A la mayoría nos mató. Existen historias que a una la dejan absorta y, en cierto sentido, también triste. Ayer recordaba esta canción cuando supe del dolor ajeno de alguien a quien creía perdido.

"Fue un disparo de tiempo
lo que hizo añicos su canción,
su peonza de viento
su caballo de plata o de cartón"


viernes, 15 de septiembre de 2017

Anuario personal




Cansancio

El timbre del despertador a las seis de la mañana; una canción de Supersubmarina sonando en un coche gris; la fuente congelada camino de la Alhambra; el recuerdo persistente del salitre invernal; unos cuantos libros inacabados; mi cuerpo entre dos aguas y frente a otro continente; viento, mucho viento; nieve cayendo sobre la ciudad. 



Discusiones

Una instantánea en la boca de metro de Callao; preocupaciones por un futuro incierto; la guitarra y la voz de Quique González sonando en mi cabeza mientras veo a una muchacha de unos dieciséis años sentada en un Kebap de Conil de la Frontera; extrañar el Mediterráneo y temer al Atlántico; un póster de Juan Luís anunciando un concierto al que nunca acudí.



Impotencia

Horas y horas malgastadas delante de una pantalla de ordenador; escuchar hasta morir de asco reguetón en todos los lugares imaginables; un corte de pelo radical; descubrir una vez más que el nepotismo nunca dejará hueco a la meritocracia;  el descenso a Preferente; camareros precarios riéndose de camareros precarios; la ausencia de bodas y bautizos; aburrimiento y desidia; insomnio y ansiedad.


Esperanza

Un buen café con una rosquilla de chocolate casera; un paseo por Sacromonte; la búsqueda del amigo Xiurell; un bocadillo de calamares, o dos, o tres; echar de menos la sombra del ficus de Santo Domingo; volver a soñar en otro idioma; un reloj que me recuerda que el tiempo pasa; una botella de cava esperando en el frigorífico para ser abierta desde hace más de un año; un billete de avión con el que por fin regresaré al hogar.



La cuenta atrás comienza de nuevo.







lunes, 9 de noviembre de 2015

El milagro de Ana Sullivan o cómo nadar a contracorriente





Título original: ‘The miracle worker’
Director: Arthur Penn
País: Estados Unidos
Año: 1962
Duración: 107 minutos
Guión: William Gibson
Fotografía: Ernesto Caparros
Música: Laurence Rosenthal
Género: Drama biográfico



“Antes me formaba yo la idea del día y la noche. ¿Cómo? Verás: Era de día cuando hablaba la gente, era de noche cuando la gente callaba y cantaban los gallos. Ahora no hago las mismas comparaciones. Es de día cuando estamos juntos tú y yo; es de noche cuando nos separamos” [1]

¿Puede definirse la aparición de la comunicación  y del lenguaje en el ser humano como un milagro? Quizá sea esa la cuestión que oteaba por la mente de William Gibson cuando leyó la autobiografía de la activista sordociega Helen Keller y se inspiró en ella para dar vida a ‘The miracle worker’, la obra de teatro que más tarde fue llevada al cine por Arthur Penn cuyo título podría traducirse al castellano como ‘El hacedor de milagros’.

Pero Gibson no cree en los milagros tal y como se entienden de manera cotidiana, porque para él no son hechos asombrosos en los que interviene lo sobrenatural o lo divino, sino que son aquello que aparece de manera repentina cuando casi nadie lo espera; los milagros son lo que nace del esfuerzo y de la lucha diaria cuando no queda otra opción que nadar contra la corriente establecida. Vista desde esta perspectiva, ‘El milagro de Ana Sullivan’ se presenta como una historia de superación de dos mujeres, Helen Keller y Ana Sullivan, pero también de reivindicación: los milagros no nacen sin más, sino que se hacen y se trabajan. Ana Sullivan, una joven con problemas de visión que arrastraba un pasado traumático, trabajó como nadie para dar vida a uno de esos milagros.

La hacedora de milagros

¿Cómo lograr que una persona que sufre sordoceguera desde la infancia adquiera capacidad crítica, independencia y se convierta en activista política y escritora reconocida? ‘El milagro de Ana Sullivan’ pretende arrojar luz a esa incógnita.

Con una fotografía excepcional que recrea, sobre todo durante los primeros minutos de metraje, la soledad comunicativa de su protagonista (interpretada por la joven Patty Duke, ganadora de un Oscar a la Mejor Actriz de Reparto con tan sólo 16 años), ‘El milagro de Ana Sullivan’ deja vivir a sus personajes en la pantalla con el objetivo de mostrar al espectador cómo es posible el cambio, cómo es posible la reinserción de Helen al entorno social del que un día fue expulsada. Así, cada escena, cada instante de largometraje que pasa se transforma en un ladrillo menos en la muralla que separa a la niña sordociega del resto del mundo.

Tras unas primeras escenas en las que se muestra la vida cotidiana de Helen y su relación nefasta y tortuosa con el entorno (una familia de confederados del estado de Alabama en la que no cesa de resonar la palabra ‘compasión’; unos niños de color y mal vestidos que temen la presencia de Helen, dado su comportamiento agresivo; un hermanastro que en más de una ocasión deja claro que enseñar a Helen es como hablar con una pared, etc.), Arthur Penn abre la puerta a la esperanza con la introducción en la historia de Ana Sullivan (Anne Bancroft), una joven que se presenta con gafas de sol y un golpe sordo de maleta que despierta la curiosidad de la pequeña Keller. Es en ese momento cuando comienza a gestarse el milagro de la comunicación.


La necesidad del mediador

El film, ambientado a finales del siglo XIX en el sur de los Estados Unidos, reivindica como pocos la figura del mediador comunicativo, tal y como se entiende en la actualidad. Ana Sullivan no tarda en percatarse de que ni un solo miembro de la familia sabe afrontar el problema de la incomunicación que sufre Helen, es decir, ninguno sabe cómo ejercer de mediador entre la pequeña y todo aquello que le rodea.

Ese desconocimiento por parte de la familia (en ocasiones asocian la discapacidad psíquica con la física, como se aprecia en los primeros minutos de metraje) es lo que provoca la escasa adecuación de los comportamientos de Helen al entorno y momentos concretos. Así, la pequeña Keller golpea a quien no debe cuando quiere y hace lo que se le antoja sin que nadie le explique la existencia de límites ni de normas socialmente aceptadas. Helen desconoce la existencia de las convenciones comunicativas y sociales porque jamás ha negociado significados con nadie ni llegado a ningún tipo de acuerdo.

En este sentido, el mediador comunicativo ha de contribuir a crear ideas adecuadas del mundo en la mente del usuario, ha de convertirse en la persona que le ayude a construir su autonomía personal, y todo ello con el fin de que se adapte de la mejor de las maneras posibles al entorno que le rodea. ¿Cómo logra Ana Sullivan modificar las conductas de Helen y conseguir esos objetivos?


 Mediación como antídoto frente a la soledad

La profesionalidad de Sullivan no sólo viene respaldada en el film por la alta tolerancia al tacto y por el profundo conocimiento y uso de herramientas y técnicas propias de la mediación comunicativa (dactilológico en palma, signado, etc.), sino también por la implementación de otro tipo de conocimientos teóricos y destrezas prácticas en el proceso de ‘reinserción’, como por ejemplo el condicionamiento operante (forma de aprendizaje basada en la asociación de conductas y consecuencias -premios y castigos- con el fin de estimular y favorecer la repetición de conductas deseadas) o el análisis del entorno familiar.

Es precisamente ese análisis del entorno el que obliga a la profesional a tomar la decisión de aislar a Helen con ella. Al fin y al cabo son los Keller quienes la premian cuando no deben y quienes distorsionan y crean un muro de interferencias entre el mundo y ella. Decía Sócrates que quien obra mal lo hace por ignorancia, y en ‘El milagro de Ana Sullivan’ esa idea subyace de una manera magistral con el objetivo de reivindicar la necesidad de conocimientos adecuados y de profesionales que sepan aplicarlos con éxito.

Pero del mismo modo que no existe la perfección humana, tampoco existe la perfección profesional; al tomarse el proceso de enseñanza con Helen como un reto personal, Ana va más allá de una simple relación contractual, se involucra demasiado. La pérdida de nervios y la carencia de autocontrol ante las rabietas y nefastos modales de Helen, unidos a las altas expectativas que ha depositado en la niña, provocan en Ana una crisis significativa: tras una semana de duro trabajo la pequeña sólo ha aprendido a deletrear palabras cuyos significados desconoce, lo que provoca una frustración enorme en Sullivan.

Ana Sullivan lo consiguió; cuando nadie lo esperaba, Helen comprendió el significado de la palabra ‘agua’ en la mítica escena de la fuente. La dicción del término por parte de la niña simboliza el comienzo de la caída de una muralla, la que se erige entre la sordoceguera y el resto del mundo.

A pesar de que Ana Sullivan pasó el resto de sus días junto a Helen Keller ejerciendo como mediadora social y educacional, el film de Penn pretende rendir homenaje al trabajo incansable de un mediador general, de ese profesional que logra que la persona que sufre sordoceguera conozca el mundo y tenga una imagen de él similar a la que tienen aquellos que poseen los cinco sentidos intactos.

‘El milagro de Ana Sullivan’ se presenta al espectador como una maravillosa apología de la comunicación frente a las potenciales barreras que puedan existir, como una historia acerca de lo humano que hay en el lenguaje. Al fin y al cabo, éste es algo más que un conjunto de sonidos, grafías o normas, porque con él se confecciona y se conoce el mundo. No se puede estar más de acuerdo con aquella vieja cita de Wittgenstein: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”[2]






[1] Benito Pérez Galdós: Marianela. Cátedra, Madrid, 2003. Pág. 55
[2] Ludwig Wittgenstein: Tractatus Logico-Philosophicus. Gredos, Madrid, 2010. pág. 105

viernes, 20 de abril de 2012

DESCUBRIENDO NUNCA JAMÁS A TRAVÉS DEL CINE DE MARC FORSTER



Descubriendo Nunca Jamás

Director: Marc Forster
Intérpretes: Johnny Depp, Kate Winslet, Julie Christie, Radha Mitchell, Dustin Hoffman, Eileen Essell, Freddie Highmore, Joe Prospero, Nicholas Roud, Luke Spill, Ian Hart, Kelly Macdonald.
País: USA, Gran Bretaña.
Año: 2004
Duración: 101 min.
Guión: Alan Knee, David Magee
Género: Drama
Clasificación: Todos los públicos
Música: Elton John, Jan A.P. Kaczmarek.


Mientras que el lector pasea su mirada inquieta a través de estas líneas, resuenan los pasos de millones de manecillas de reloj en todo el mundo, y miles de niños perdidos reciben un disparo de tiempo que los transforma en adultos. Cada vez que un niño crece se apaga la luz de un hada en aquél lugar insólito que James Matthew Barrie bautizó como el País de Nunca Jamás allá por el año 1904.

Justo un siglo después del estreno de la conocida obra teatral `Peter Pan´, Marc Forster logró que Campanilla, Wendy, el cocodrilo y su reloj, los niños perdidos, el Capitán Garfio y Peter Pan recuperasen, a través de Descubriendo Nunca Jamás (2004), el contenido simbólico y la profundidad existencial que la industria cinematográfica nunca debió arrebatarles.

Protagonizada por Kate Winslet y por un insuperable Jhonny Depp, que logró la nominación al Oscar en la categoría de mejor actor por su interpretación del escritor escocés, la historia no se limita a narrar el proceso de inspiración, gestación y alumbramiento en diciembre de 1904 de `Peter Pan´, sino que va más allá: Adentra al espectador en ese mundo creado por la negativa a crecer de Barry. A medio camino entre la lírica y la pedagogía, Forster logra su propósito con lo onírico, que subyace a lo largo de todo el largometraje en forma de imágenes y música de Jan Kaczmarek, que logró el Oscar a la mejor Banda Sonora Original.

Pero no se trata de una película estancada en la fantasía propia de otro tipo de cine más banal; Descubriendo Nunca Jamás invita al espectador a hacer otro tipo de lectura. La fantasía y los tintes humorísticos sólo son una excusa, tanto en la obra de Barry como en el film de Forster, para recordar a los niños perdidos, encarnados en la película por los huérfanos que nunca han visto una obra de teatro, o por Peter Davies -interpretado por el pequeño gran actor Freddie Highmore-, a quien sus circunstancias familiares le han arrebatado la infancia.

El cocodrilo y su despertador, que representa la angustia por el transcurrir inexorable del tiempo, la fealdad del sonido de las manecillas del reloj cuando llegan a la hora en punto para comenzar con otra vuelta que acabará con más minutos, más horas y más días habitan de forma latente en el transcurso de los 101 minutos que dura la cinta: “El tiempo acaba devorándonos a todos”, le susurra una anciana a James Barry, “En algún momento de los últimos treinta segundos dejaste de ser un niño para convertirte en un adulto”, le dice Barry a Peter.

Con un guión de David Magee inspirado en una obra de Allan Knee, Descubriendo Nunca Jamás es una película para todos los públicos que articula y coordina magistralmente fantasía y realidad entre notas biográficas, literarias, existenciales y de denuncia social, y que acerca al espectador al auténtico sentido de la obra de Barry, que dista mucho de ser un cuento infantil.


“Wendy, ¿Por qué tenemos que crecer?”



Toñi Hurtado


sábado, 28 de enero de 2012

ENTREVISTA A IGNACIO MARTÍN LERMA, ARQUEÓLOGO, POETA Y CINEASTA

Por aquí os dejo una entrevista que hice a finales de abril del pasado año 2011 a Ignacio Martín Lerma.




“Lo mejor que me ha pasado en la vida es estar rodeado de tan buena gente”

Entre excavaciones y versos, Ignacio Martín Lerma ha encontrado un hueco en el mundo del celuloide


Aparece sonriente, relajado, cómodo entre el tumulto de gente que deambula de un lado a otro por la Gran Vía de Murcia. Quizá sea el día soleado el responsable del buen humor que refleja su rostro. Una sincera y abierta sonrisa me recibe en la ciudad que en  otro tiempo inspiró sus versos, la ciudad que se transformó en escenario de sus miles de noches estudiantiles en vela, oteando poesía en escenarios y barras de bares.

Han pasado algunos años desde que se licenció en Historia en el Campus de la Merced, y sin embargo sus ojos brillan como en aquel tiempo, es como si tuvieran una capa perenne de esmalte cristalino, siguen tan azules como las playas de su Almería natal, emanan vida, gritan que es un ferviente militante de la amistad, infunden confianza;  Sin duda hay algo especial en su mirada; es la mirada de quien devora minuto a minuto la vida, del que ama la eternidad del instante.

Vuelve a estas calles pleno de juventud y humildad, vistiendo tejanos desgastados y zapatillas rojas a juego con su otra sonrisa, la que lleva estampada en forma de labios y colmillos sanguinolentos en su camiseta blanca. Los viandantes pasan por su lado ajenos al hecho de que ese chico sonriente, alto y castaño que aguarda en un semáforo en rojo la llegada de su cita es Ignacio Martín Lerma, arqueólogo, poeta y codirector junto a  Manuel Marín del cortometraje de terror `Merry Little Christmas´, ganador del Premio del Jurado del Festival de Cine de Málaga en su última edición.

La cinta, que ha contado con la presencia de la actriz Macarena Gómez (El calentito, Sexykiller) o los actores Jan Cornet (Camino) y Javier Botet (Rec) entre otros, aborda la problemática de los malos tratos desde el punto de vista del cine de terror, algo original como comenta Ignacio Martín, ya que “se ve todo de una manera diferente a cómo se había visto antes, desde los ojos de una niña pequeña que vive en un mundo cruel y real de pesadillas y monstruos”.


“Son cosas de esas que no me las creo hasta que no las veo publicadas en Internet”

Unas semanas antes del Premio del Jurado en el Festival de Cine de Málaga, recibía la noticia de que había sido el único español seleccionado, junto a Javier Trueba, para participar en la muestra de cine arqueológico de Belgrado con el film `Experimentar para comprender. Tecnología en el Paleolítico´, un documental en el que el veratense ha trabajado junto a Francisco Javier Muñoz Ibáñez y Juan Antonio Marín de Espinosa: “Son cosas de esas que no me las creo hasta que las veo publicadas en Internet. Ser el único español seleccionado junto a Javier Trueba es una auténtica locura”, y añade: “Ya nos había pasado en el de Festival de Rovereto, que también éramos los únicos españoles seleccionados este año, compitiendo con documentales muy caros y muy potentes como los de National Geographic. Todo un orgullo”, comenta este declarado admirador de Alejandro Amenábar, o del cine de terror de Alexandre Aja.

Fue en Madrid donde se rodó `Merry Little Christmas´, el cortometraje que tantas alegrías le ha reportado: “Yo soy arqueólogo, y me dedico a ello plenamente; el cine y la poesía eran mis aficiones y ahora esto ha tomado un carisma mucho más profesional, con sus problemas de agenda, con mi falta de horas de sueño, pero aún así sigue mereciendo la pena, porque al fin y al cabo todo son pasiones y todo es el motor que mueve a Ignacio por dentro”, explica sin dejar de sonreír, expandiendo un halo de optimismo.

En ocasiones su teléfono móvil tiembla y esa sonrisa deja de habitar momentáneamente su rostro para dejar hueco a una expresión de alerta, y es que  últimamente no para de conceder entrevistas y recibir llamadas. “Todo esto tiene una cara B bastante complicada en lo personal, pero hay que intentar sonreír, llevar la vida lo mejor posible e ir para adelante. Me veo sonriente, y eso creo que es lo más importante”, afirma mientras en su cabeza es posible que ronde la idea de que hoy, por fin,  podrá visitar a sus padres en Vera.

Todo son palabras mayúsculas cuando habla de aquellos que le dieron la vida: “He tenido la suerte de ver a mis padres siempre leer y componer, mi propio padre es el actor de mi primer cortometraje. Lo que más admiro de ellos es la dedicación que han tenido conmigo desde el principio, una dedicación y una formación geniales. Lo que me han enseñado me ayuda mucho a saber cómo tengo que enfocar todo cada día”, señala rebosante de orgullo.

“A mí me gusta que no se me pueda encasillar”

La emoción embarga su rostro cuando habla de Murcia, está feliz de pisar sus calles de nuevo: “No la considero ni mi segunda tierra; los años más importantes de mi vida los he pasado aquí. Murcia y yo vamos unidos”. Confiesa que extraña el sol murciano en Madrid, la ciudad en la que contempla amaneceres desde hace ya unos cuantos años, y en la que compagina sus estudios de doctorado con su pasión por el celuloide y la poesía.

De inquietudes insaciables, Ignacio Martín es el prototipo de hombre renacentista: “En la actualidad todo tiende a tener un nombre y un apellido, a mí me gusta que no se me pueda encasillar. Tengo el cerebro partido en dos, en uno tengo ese lado romántico y poeta y en el otro el lado oscuro del cine de terror. Son conjugables, aunque reconozco que totalmente opuestas”, comenta con complicidad, como quien cuenta un secreto a alguien a sabiendas de que ya lo sabe.

“La poesía es el cimiento donde yo asiento todas mis aficiones, es mi todo”

Apasionado por las letras desde bien pequeño, sus primeros poemas serios vinieron en la adolescencia, en esa edad en la que empiezas a preguntarte muchas cosas y en la que intentas encontrar las respuestas en el papel en blanco. “La poesía es vida, siempre ha estado ahí, yo de hecho llego al cine por la escritura. Los primeros relatos cortos que escribí los transformaba siempre en guiones. La poesía es el cimiento donde yo asiento todas mis aficiones, es mi todo”, dice con su boca mientras sus pupilas lo vociferan en plena Plaza de Santo Domingo, con la Merced al fondo. Son las mismas pupilas que han devorado los versos de Luís García Montero, Ángel González o Gil de Biedma, las mismas que han sido testigos de cientos de conciertos de canción de autor, la otra fuente de la que beben sus versos: “Mi poesía es un híbrido entre letras de canciones y poemas; La canción de autor siempre ha estado sonando en mi cuarto mientras escribía, tiene tanta importancia en mis influencias como lo puede tener la poesía”, reconoce con humildad.

Es precisamente esa  humildad y sencillez lo que hace que crezcan su poesía y su persona. Enemigo de toda ostentación, compara al poeta con un niño: “Hay poetas que van de hiper-intelectuales, creen que por utilizar palabras extrañas están consiguiendo divinizar más al mundo, yo prefiero tener ese alma de niño, escribir poesía cercana que llegue a todos”, comenta, con una naturalidad increíble, el mismo chaval que en 2003 se subía por vez primera a un escenario para recitar sus versos junto a Mario Benedetti. “Aquel verano del 2003 fue la primera vez que yo me enfrentaba a un recital, la primera vez que me subía a una mesa, que me seleccionaban unos poemas y que abría el pecho delante de un montón gente, no solo de público, sino también de gente tan importante como Joaquín Sabina, Almudena Grandes, Ángel González, García Montero o el propio Mario, que estaba sentado a mi lado. Es un orgullo, y lo recuerdo como una puesta de largo excepcional”, explica con la mirada teñida de una emoción inevitable favorecida por la memoria.

“Si no tuviera gente con la que compartir las sonrisas y las experiencias que estoy viviendo no sería bonito”

El pasado diciembre de 2010 publicó su primer poemario, “Primer Plano”, que se reeditará en breve acompañado de un CD en el que un conjunto de artistas conocidos a nivel nacional musicarán sus poemas. Se espera la participación  en ese disco, aunque no es seguro, de su gran amigo el cantautor Quique González, quien el pasado 9 de abril le dedicó un tema desde el escenario del Auditorio Víctor Villegas de Murcia. “Reconozco que me temblaron más las piernas que cuando me dijeron que había ganado Málaga, me salió el corazón fan”, apunta riendo abiertamente. “A pesar de la amistad y de conocernos tanto me encanta sentarme y que me siga deslumbrando con la música que hace, con sus composiciones”.

 Ignacio Martín se emociona abiertamente cuando habla de Quique González. Le resulta imposible esconder sus sentimientos de admiración, amistad y lealtad, y es que para el cineasta la palabra amistad lo significa todo: “Me gusta saber que tengo amigos con mayúsculas, me gusta decírselo y llamarlos veinte veces al día si hace falta para que lo sepan”. Si la gente que lo rodea tuviera que definir a Ignacio Martín con un valor ético, ese sería sin duda alguna la amistad; Es fiel amigo de sus amigos, tanto, que dice que lo mejor que le ha pasado en la vida es estar rodeado de tan buena gente: “Me parece algo excepcional. Si no tuviera gente con la que compartir las sonrisas y las experiencias que estoy viviendo no sería bonito. Lo bueno es disfrutar con tu gente y alegrarse de cómo hace dos años estaba llamando a mis amigos para decirles que había ganado el certamen de mi pueblo y ahora llamarlos para decirles que he ganado el Festival de Málaga”.

“Estar vivo no es solo respirar, estar vivo es no dejarnos llevar por la vorágine de la sociedad actual”

A sus 29 agostos, este arqueólogo, cineasta y poeta, que define la actual crisis económica como “versos mal escritos en la poesía de la vida contemporánea a los que hay que enfrentarse”, no se arrepiente de nada: “He hecho muchas cosas mal, como todo el mundo, pero creo que hay que subir esos escalones que tenemos en la escalera de la vida. Somos humanos, y eso va con nosotros, eso es crecer y no tenemos que arrepentirnos”.

Se siente feliz de cumplir los “sueños locos” que tenía cuando era pequeño. Ha crecido aplaudiendo a otros, y ahora son esos otros los que van a verle cuando se sube a un escenario, cuando comparte sus creaciones. Disfruta con los pequeños detalles, cruzando miradas de complicidad en los eventos que organiza. Sus ojos azules brillan rebosantes de vida. Todo en Ignacio Martín está vivo, porque como él mismo recuerda, “estar vivo no es solo respirar, estar vivo es no dejarnos llevar por la vorágine de la sociedad actual que nos deja poco tiempo para mirar a los lados y disfrutar”. Y como buen docente añade: “Yo ahora mismo estoy haciendo una entrevista contigo, pero también estoy viendo Murcia pasar, disfrutando del sol, viendo mi universidad al fondo. Estar vivo es estar con todos los sentidos abiertos y llevarte un conjunto mucho más amplio”.

La tarde en Murcia también está viva. Transcurre tranquila y soleada, la gente pasea por las terrazas, las parejas se abrazan y besan, y quizá un estudiante en un banco esté escribiendo versos, o maquinando una locura, ajeno a la idea de que en ocasiones los sueños se cumplen, de que hay veces que logramos ser lo que soñábamos de pequeños.

Mientras, un joven y discreto arqueólogo reconoce entre los viandantes rostros que le resultan familiares. Son amigos, los ha encontrado en la calle por casualidad. Están contentos de verle, los besa, los abraza, se ríen juntos. Está feliz, es el mismo chico simpático y educado de siempre, el mismo estudiante que escribía versos a la luz de una vela en su cuarto, el que hablaba apasionado de discos y libros en las noches de concierto en Murcia. Ha crecido, está conociendo el éxito, y sin embargo es el mismo. Su sencillez lo hace grande. Se despide agradeciendo mi atención. Lo veo alejarse entre el río de gente que habitualmente inunda la Gran Vía. Quién sabe cuándo volverá a Murcia. Se marcha hacia Almería. Hoy, por fin, abrazará a su madre.


Toñi Hurtado

viernes, 6 de enero de 2012

REGALO DE CUMPLEAÑOS

En ocasiones, sólo rara vez, una se siente afortunada de estar viva en este tiempo y en este minúsculo rincón del mundo que comparto contigo. Existen muchas personas en este planeta, y quien sabe si también en otros; cada una tiene una historia y una trayectoria vital. Con frecuencia, esas historias se entrecruzan en un espacio y tiempo determinados.  Ya no recuerdo muchas de esas historias que un día se cruzaron con la mía, el transcurso del tiempo las borró, y perdería la cuenta si me pusiera ahora mismo a enumerar, una a una, las vidas que se han cruzado por mi camino y que a día de hoy todavía recuerdo con afecto.

Sí, son muchísimas las personas a las que he conocido en todos estos años: Mis maestros y profesores, mis amigas de la infancia,  la dueña de la tienda de ultramarinos donde compraba todas las mañanas el bocadillo de camino al colegio, y un largísimo etcétera. He vivido muchos momentos felices hasta el momento, pero también momentos tristes. Los años han pasado y contemplo con cierto vértigo todo lo acontecido hasta el momento.

Nada sospechaba, cuando apenas tenía siete años, de la crisis que se avecinaba, ni del paro, ni de la precariedad laboral; de hecho tampoco sospechaba nada de eso cuando cumplí los veinte. Es cierto, vivimos días tristes. Ser funcionario ya no es sinónimo de estabilidad laboral y económica, tener carreras universitarias no garantiza un empleo digno, saber idiomas no te salvará del paro, puede que sea verdad. Pero también es cierto que en ocasiones algo o alguien, quizá una acción ajena, provoca que se congele el tiempo en un instante, convirtiéndolo en eterno. Es entonces cuando, perplejos, nos miramos a nosotros mismos sabiéndonos vivos, más vivos que nunca. El universo se para, y todos los problemas dejan de ser protagonistas por momentos. 

He conocido a muchas personas a lo largo de mi vida, pero no todas ellas han pasado a formar parte importante de ella. Hay personas que pasan y se marchan, pero existen otras que se quedan.

La respuesta es sí, aunque te vuelvas cuerdo, aunque el universo ya no quede encerrado en una botella de ron barato, ni en los versos que encontré entre los apuntes de clase, sí, haré caso al señor Mario Benedetti, porque es cierto lo que escribió, “hay que amar con valor para salvarse”. No importa que estés en paro con dos carreras y un master, que tengas un título de inglés, que seas hijo de proletarios y que no tengas ni una chapa para comprar el regalo de moda en unos grandes almacenes. Existen regalos únicos e inigualables que no se pueden comprar porque no tienen precio. Este año tú eres mi regalo. Gracias por existir.


viernes, 23 de diciembre de 2011

LA UNIVERSIDAD: DE TEMPLO DE LA SABIDURÍA A FÁBRICA DE CONSUMIDORES

La universidad, ese lugar que comenzó su andadura histórica con la pretensión de ser el templo de la sabiduría, se ha convertido en Europa en una mugrienta nave industrial cuya pretensión no es otra que fabricar consumidores a corto y largo plazo.

Ya no existe en nuestras universidades el tan añorado septiembre estudiantil: Bolonia acabó con él, y también con aquellos alumnos trabajadores. La educación está reservada ahora a todo aquel que pueda permitirse pagar la matricula y asistir a clase. Lo que antes eran requisitos académicos de acceso a la universidad en la actualidad son requisitos económicos.

En las aulas, rara vez se escuchan ya las lecciones magistrales de esos que desean diluir en el tiempo y en el espacio -a través de sus alumnos-, aquello que los hace ricos: Todo el conocimiento acumulado durante años. Ese tipo de metodología está mal vista por los que legislan, al igual que la libertad de cátedra,  y  ha sido sustituida por los susurros y risas propios de las cantinas a las que solían huir los miembros de otras generaciones.

Estos chicos de hoy en día también disponen de cantina, pero a alguien en su despacho, con su americana y su corbata, se le ocurrió arrebatarles ese paso tan importante hacia la madurez: La capacidad de decisión. La asistencia a las clases teóricas en nuestras universidades ha pasado a ser obligatoria. Ya no hay muchachos y muchachas estudiantes en las facultades, sino niños y niñas que no cesan de preguntar al profesor de turno, obligado por un sueldo a aguantar a semejantes ignorantes, si el libro que está nombrando hay que aprenderlo de memoria o sólo es “culturilla general”.

Paradójicamente, las bibliotecas de nuestras facultades están llenas de jóvenes que preparan exámenes eliminatorios tipo test, pero los libros apilados en las estanterías están muertos; ya no tienen la vida que tuvieron en otros años. Lo único que los distingue de aquellos otros que están en las librerías es la acumulación de polvo. Se sienten abandonados y solos, rara vez notan las caricias de la mirada lectora de algún joven inquieto e insaciable de sabiduría.

Están impolutos estos libros: Son tan limpios nuestros nuevos estudiantes universitarios que ni los subrayan a lápiz. Es más, ni siquiera los tocan, no sea que queden dañados por sus huellas dactilares.

Se acabó eso de entablar amistad con los libros en aquel ejercicio de autonomía que suponía el estudio. De lo que se trata ahora es de aprender a trabajar en grupo, es decir, lo mínimo posible. Para los promotores del pensamiento único, los trabajos académicos individuales han quedado obsoletos; ya se sabe que la soledad promueve la reflexión, el pensamiento crítico, y también se sabe que la sociedad que nos rodea, la que pretende igualarnos en masa homogénea, no cesa en querer reducir a las personas a números. Ya lo cantó el inolvidable Antonio Vega: “Me da miedo la enormidad donde nadie oye mi voz”.

En ocasiones alguien alza su voz crítica en clase, y ello a pesar de que la inquietud apenas exista entre esas cuatro paredes que conforman el aula. Es entonces cuando el docente responde ilusionado, y quien sabe, quizá por su cabeza ronde el pensamiento de que no ha sido en vano el desgaste de cuerdas vocales llevado a cabo hasta ese mismo instante.

No, definitivamente no está bien visto el esfuerzo en la sociedad europea actual; el aquí y el ahora es lo que cuentan. Nada de esperar resultados a largo plazo, y mucho menos si éstos son inmateriales. Lo importante es desear y poseer al instante. Se ha eliminado aquella concepción que existía del trabajo y del aprendizaje voluntarios del alumno, porque, para esta sociedad, ya no es útil la recompensa de crecer en humanidad: Si no hay un estímulo útil e inmediato no se trabaja, es así de simple. El estudio en la universidad ha dejado de ser un fin en sí mismo para convertirse en un simple medio. Pero, ¿Medio para qué?, no es complicado poner respuesta a ese interrogante.