“Hasta entonces nunca me habían aterrado
de esta forma los aeropuertos.
Lléname de abrazos, lléname de besos,
creo que anunciaron tu vuelo.
Y entre lágrimas tu figura es devorada por la gente,
y una fiera maloliente clava en mi alma sus afilados dientes”
de esta forma los aeropuertos.
Lléname de abrazos, lléname de besos,
creo que anunciaron tu vuelo.
Y entre lágrimas tu figura es devorada por la gente,
y una fiera maloliente clava en mi alma sus afilados dientes”
Ismael Serrano
“En este búnker nadie se protege de algún bombardeo cuyo fragor no alcanza a rebasar paredes metálicas y blindadas. Y es cierto que la luz del Sol parece haberse extinguido bajo las titilantes y cándidas luces de los fluorescentes en su interior, aunque no haya habido guerra que se haya adelantado a las arrugas del tiempo y la huella impregnada de memorias y café de los papeles olvidados. Algunas veces, tras las ventanas cerradas, no transita otra cosa que un murmullo de voces lejanas y cansadas. Sin embargo, hay algunas cosas que perturban el silencio y la semioscuridad aquí: el eco de las preguntas, en ocasiones demasiado resonador y estridente, y el susurro continuado de las lecciones. Algo triste es el aula 0.11”
Con estas palabras describiste el aula en que recibimos nuestra primera clase como alumnos de periodismo. Tengo en mi memoria el recuerdo imborrable de tu rostro persiguiendo con la mirada aquellas palabras que escapaban de tus labios con un descarado acento canario. En ese momento descubrí que eras poeta.
Te conocí una tarde de septiembre en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Murcia: Mi vida se había tomado un descanso por aquel entonces. Estaba sentada en un banco con los que más tarde serían nuestros compañeros de clase, cuando apareciste con aquellos pantalones largos de color caqui, tu seseo, tu pelo sefardí, tus argumentos antitaurinos y una desgastada carpeta bajo el brazo. Llegaste y trajiste contigo la cohesión y el diálogo a un grupo de desconocidos. Nada me hizo pensar en ese momento que llegarías a ser tan importante en mi vida.
Escribía el inolvidable Ernesto Sábato en `El túnel´ que “existen en la sociedad estratos horizontales, formados por las personas de gustos semejantes, y en estos estratos los encuentros casuales no son raros, sobre todo cuando la causa de la estratificación es alguna característica de minorías”. Podríamos acusar a Silvio Rodríguez, a Ismael Serrano, Miguel Hernández o a cualquier otro de nuestra amistad, pero tú y yo sabemos que lo cierto es que el periodismo y la crisis lograron que nos conociéramos. “Somos la generación pre-parada”, solías decir riendo mientras abrías el `táper´ al pie de un árbol.
Nadie que te conozca bien puede dudar de que ese momento conformara uno de los más placenteros del día para ti. Lo tuyo no era comer, lo tuyo era devorar y saciar tu necesidad de socialización ornamentando el aire con palabras desconocidas venidas del otro lado del océano. ¡Qué animal tan extraño eras en el hábitat del terreno edificable!
Ahora sé que te marchas, que te alejas de aquí, que quizá nunca volvamos a encontrarnos, que saldrás de mi vida para siempre, y el paro, la crisis, la ausencia de sueños y futuro en este país pasan a ser problemas secundarios en mi cabeza, porque tú, poeta del alba, amigo, partes a encontrarte con un futuro que te espera impaciente. Te separas de este rincón del mundo que un día nos unió, y resulta inevitable derramar alguna lágrima que nace de eso que se denomina comúnmente como nostalgia.
Es extraña esta sensación de soledad que dejas. Sin ti la facultad se parecerá a un parque del extrarradio de la ciudad a las siete de la tarde en el mes de noviembre, repleto de árboles desnudos y de bancos vacíos. La cantina seguirá estando en el mismo lugar en el que la dejaste, pero ya no será la misma, sino otra que espera impaciente tu regreso. Incluso la cerveza sabrá diferente, perderá ese sabor característico de invierno frío, estudiantil y bohemio.
Te marchas y dejas el silencio; te llevas contigo las palabras, los recuerdos de la huerta y la certeza de saber que por fin tus sueños se hacen realidad. La vieja Europa te espera, y acudes confiado en que reparará en ti y te extrañará cuando la dejes para volver a casa de visita. Mira si eres un espécimen raro que eres un isleño que no soporta vivir en una isla. ¡Qué cosa tan extraña! Será por eso que, como canta Ismael, “tengo tanto miedo de que olvides el camino de regreso”.
Toñi Hurtado