Título original: ‘The miracle worker’
Director: Arthur Penn
País: Estados
Unidos
Año: 1962
Duración: 107
minutos
Guión: William
Gibson
Fotografía:
Ernesto Caparros
Música: Laurence
Rosenthal
Género: Drama
biográfico
“Antes me
formaba yo la idea del día y la noche. ¿Cómo? Verás: Era de día cuando hablaba
la gente, era de noche cuando la gente callaba y cantaban los gallos. Ahora no
hago las mismas comparaciones. Es de día cuando estamos juntos tú y yo; es de
noche cuando nos separamos” [1]
¿Puede definirse la aparición de
la comunicación y del lenguaje en el ser
humano como un milagro? Quizá sea esa la cuestión que oteaba por la mente de
William Gibson cuando leyó la autobiografía de la activista sordociega Helen Keller
y se inspiró en ella para dar vida a ‘The miracle worker’, la obra de teatro
que más tarde fue llevada al cine por Arthur Penn cuyo título podría traducirse
al castellano como ‘El hacedor de milagros’.
Pero Gibson no cree en los
milagros tal y como se entienden de manera cotidiana, porque para él no son
hechos asombrosos en los que interviene lo sobrenatural o lo divino, sino que
son aquello que aparece de manera repentina cuando casi nadie lo espera; los
milagros son lo que nace del esfuerzo y de la lucha diaria cuando no queda otra
opción que nadar contra la corriente establecida. Vista desde esta perspectiva,
‘El milagro de Ana Sullivan’ se presenta como una historia de superación de dos
mujeres, Helen Keller y Ana Sullivan, pero también de reivindicación: los
milagros no nacen sin más, sino que se hacen y se trabajan. Ana Sullivan, una
joven con problemas de visión que arrastraba un pasado traumático, trabajó como
nadie para dar vida a uno de esos milagros.
La hacedora de milagros
¿Cómo lograr que una persona que
sufre sordoceguera desde la infancia adquiera capacidad crítica, independencia
y se convierta en activista política y escritora reconocida? ‘El milagro de Ana
Sullivan’ pretende arrojar luz a esa incógnita.
Con una fotografía excepcional
que recrea, sobre todo durante los primeros minutos de metraje, la soledad
comunicativa de su protagonista (interpretada por la joven Patty Duke, ganadora
de un Oscar a la Mejor Actriz
de Reparto con tan sólo 16 años), ‘El milagro de Ana Sullivan’ deja vivir a sus
personajes en la pantalla con el objetivo de mostrar al espectador cómo es posible
el cambio, cómo es posible la reinserción de Helen al entorno social del que un
día fue expulsada. Así, cada escena, cada instante de largometraje que pasa se
transforma en un ladrillo menos en la muralla que separa a la niña sordociega
del resto del mundo.
Tras unas primeras escenas en las
que se muestra la vida cotidiana de Helen y su relación nefasta y tortuosa con
el entorno (una familia de confederados del estado de Alabama en la que no cesa
de resonar la palabra ‘compasión’; unos niños de color y mal vestidos que temen
la presencia de Helen, dado su comportamiento agresivo; un hermanastro que en
más de una ocasión deja claro que enseñar a Helen es como hablar con una pared,
etc.), Arthur Penn abre la puerta a la esperanza con la introducción en la
historia de Ana Sullivan (Anne Bancroft), una joven que se presenta
con gafas de sol y un golpe sordo de maleta que despierta la curiosidad de la
pequeña Keller. Es en ese momento cuando comienza a gestarse el milagro de la
comunicación.
La necesidad del mediador
El film, ambientado a finales del
siglo XIX en el sur de los Estados Unidos, reivindica como pocos la figura del
mediador comunicativo, tal y como se entiende en la actualidad. Ana Sullivan no
tarda en percatarse de que ni un solo miembro de la familia sabe afrontar el
problema de la incomunicación que sufre Helen, es decir, ninguno sabe cómo
ejercer de mediador entre la pequeña y todo aquello que le rodea.
Ese desconocimiento por parte de
la familia (en ocasiones asocian la discapacidad psíquica con la física, como
se aprecia en los primeros minutos de metraje) es lo que provoca la escasa
adecuación de los comportamientos de Helen al entorno y momentos concretos.
Así, la pequeña Keller golpea a quien no debe cuando quiere y hace lo que se le
antoja sin que nadie le explique la existencia de límites ni de normas socialmente
aceptadas. Helen desconoce la existencia de las convenciones comunicativas y
sociales porque jamás ha negociado significados con nadie ni llegado a ningún
tipo de acuerdo.
En este sentido, el mediador
comunicativo ha de contribuir a crear ideas adecuadas del mundo en la mente del
usuario, ha de convertirse en la persona que le ayude a construir su autonomía
personal, y todo ello con el fin de que se adapte de la mejor de las maneras
posibles al entorno que le rodea. ¿Cómo logra Ana Sullivan modificar las
conductas de Helen y conseguir esos objetivos?
Mediación
como antídoto frente a la soledad
La profesionalidad de Sullivan no
sólo viene respaldada en el film por la alta tolerancia al tacto y por el
profundo conocimiento y uso de herramientas y técnicas propias de la mediación
comunicativa (dactilológico en palma, signado, etc.), sino también por la
implementación de otro tipo de conocimientos teóricos y destrezas prácticas en
el proceso de ‘reinserción’, como por ejemplo el condicionamiento operante (forma
de aprendizaje basada en la asociación de conductas y consecuencias -premios y
castigos- con el fin de estimular y favorecer la repetición de conductas
deseadas) o el análisis del entorno familiar.
Es precisamente ese análisis del
entorno el que obliga a la profesional a tomar la decisión de aislar a Helen
con ella. Al fin y al cabo son los Keller quienes la premian cuando no deben y quienes
distorsionan y crean un muro de interferencias entre el mundo y ella. Decía
Sócrates que quien obra mal lo hace por ignorancia, y en ‘El milagro de Ana
Sullivan’ esa idea subyace de una manera magistral con el objetivo de
reivindicar la necesidad de conocimientos adecuados y de profesionales que
sepan aplicarlos con éxito.
Pero del mismo modo que no existe
la perfección humana, tampoco existe la perfección profesional; al tomarse el
proceso de enseñanza con Helen como un reto personal, Ana va más allá de una
simple relación contractual, se involucra demasiado. La pérdida de nervios y la
carencia de autocontrol ante las rabietas y nefastos modales de Helen, unidos a
las altas expectativas que ha depositado en la niña, provocan en Ana una crisis
significativa: tras una semana de duro trabajo la pequeña sólo ha aprendido a
deletrear palabras cuyos significados desconoce, lo que provoca una frustración
enorme en Sullivan.
Ana Sullivan lo consiguió; cuando
nadie lo esperaba, Helen comprendió el significado de la palabra ‘agua’ en la
mítica escena de la fuente. La dicción del término por parte de la niña
simboliza el comienzo de la caída de una muralla, la que se erige entre la sordoceguera
y el resto del mundo.
A pesar de que Ana Sullivan pasó
el resto de sus días junto a Helen Keller ejerciendo como mediadora social y
educacional, el film de Penn pretende rendir homenaje al trabajo incansable de
un mediador general, de ese profesional que logra que la persona que sufre
sordoceguera conozca el mundo y tenga una imagen de él similar a la que tienen
aquellos que poseen los cinco sentidos intactos.
‘El milagro de Ana Sullivan’ se
presenta al espectador como una maravillosa apología de la comunicación frente
a las potenciales barreras que puedan existir, como una historia acerca de lo
humano que hay en el lenguaje. Al fin y al cabo, éste es algo más que un
conjunto de sonidos, grafías o normas, porque con él se confecciona y se conoce
el mundo. No se puede estar más de acuerdo con aquella vieja cita de
Wittgenstein: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”[2]